Como cada mes, otro relato de la mano de CRISTINA GALEANO (Uruguay):
LA SEÑORITA EMA
Desde la puerta de mi aula de Primero B, mi mirada recorrió el gran patio y con asombro se posó en la frondosa anacahuita… Al vuelo, se me ocurrió una descabellada idea: que este vetusto árbol tomaba vida al sentir llegar los niños a la escuela, se erguía enaltecido ante los acordes de nuestro himno, ¡y lo más ridículo…!, dejaba rodar una lágrima cuando las voces de los chicos se iban apagando cada fin de año. Atado la tierra, parecía sentirse tan abrumadamente triste, y a la vez…
El tic tac del reloj me distrajo. Eran tres cuartos para la una. Posicionada en mi salón de clase, al azar repasé nombres y apellidos de mis flamantes alumnos.
Vivaz y elocuente, les acotaba algún comentario:
—Clara Díaz, ¡qué lindo nombre!; ¡Diego Torres!, igual que el cantante; Ramiro Spike… —¡Qué casualidad!, ¿será el hijo de… ¡aquel alumno!?
Azorada, me acomodé los bifocales.
¡Ramirito…! ¿yaaa podrías tener edad de ser padre de un chico de 6?, urgente, me puse a sumar y restar años… ¡A ver!, si yo me recibí en el 75 y él fue uno de mis primeros alumnos…, mmm, ahora tendría…, ¡No!, ¡no puede ser! ¡32 años! ¡Zas!, se me voló la lista por los aires.
Mientras la levantaba del piso, por arte de magia aquel recuerdo desplegó mi sonrisa. Ay, Ramirito, ¡tan rubio!, ¡qué travieso…! Trepando a los muros, coleccionabas raspones en las rodillas. ¡Sí! Además de simpático, ¡eras tan rápido y brillante en el aprendizaje!, y lo más curioso, sin ofender, con altura, sabías decir grandes verdades. ¡Uy! ¡Me hacías cada pregunta “extracurricular”! Más de una vez, ¿porqué negarlo?, me dejabas pensando. Después de los dos ómnibus, cuando llegaba casa, entre mate y mate, me gustaba contárselas a mi madre.
Aquella por ejemplo: “Señorita Ema, si usted tiene dos trabajos, ¿por qué no se compra un auto?”. Otra: “Ay, señorita, ¡usted es taaaan linda!, ¿por qué no tiene alianza?”. Después, con la sellada, siempre me dabas un caluroso abrazo: “¡Qué suerte, señorita, que haya elegido primer año!
¡Pero, por favor! ¿Cómo explicarle a Ramirito que los sueldos de las maestras no tenían nada de extraordinario, a pesar de que en cada rendición de cuentas y en cada campaña electoral los políticos, alabándonos, ¡los sigan poniendo en el tapete! También, imposible contarle acerca de mi “gran amor”, ¡el que jamás tendría sustituto…! Roberto, quien en un accidente de auto había fallecido dos meses antes de casarnos. Mmm, ¡qué extraña sensación aquella!, despedazada, ¡algo me confortó!, muy, muy dentro de mí, sentí que él, de alguna manera, siempre estaría conmigo. Es la diferencia entre “vivir solo” y “estar solo”, y, por consecuencia, ¡mi amor a la vida!
¡Y sí! En mis dos turnos, siempre se dice que soy solidaria. Nomás alguien me pide “Ema, ¡por favor!, ¿tú podrías…?”, yo, veloz, corro con mis tacos altos. Con creatividad organizo eventos escolares, con fervor declamo discursos en las fiestas patrias, entre suspiros preparo el primer paso de los abanderados y, ¡por supuesto!, entre bromas y a lo largo y ancho —de añadir kilos— de todos estos años, elegí las masitas y junté la colecta para el cumpleaños de maestras y practicantes.
Recordé, de pronto: Pero, ¡mire que han pasado practicantes por mi aula!, y ni qué sumar, cuántas paralelas… Ellas, cada tanto, cambiaban de grado, yo, no, yo siempre seguía con mi primer año. ¿Por qué?, era la valiosa figurita sellada de Ramirito: el día de comienzo de clases, con solo cobijar en un abrazo a estos chiquitos con carita de indefensos, juro que revivo. ¡Qué elocuentes sus miradas, entre curiosas y acongojadas, al separarse de los brazos de sus madres y entrar al aula! Por supuesto, ellos aún no saben, que ese es su primer paso a la libertad. ¡Sean los orientales tan ilustrados como valientes!
Así, agachadita, mientras uno a uno les doy el beso de bienvenida, siempre deseo transmitirles: “Querido, chiquita, comprendo que vas a estar lejos de tu mami por unas horas, pero, ¿sabés?, aquí estoy yo para cuidarte y enseñarte lo que sé, te será muy importante. Dame tu manito…
En pocos meses, año a año por igual, es realmente asombroso el cambio que se opera en ellos. De la vergüenza pasan al gusto por relacionarse; de las vocales, rápidamente, a las primeras consonantes. Las van uniendo, poco a poco, más y más, hasta que un buen día, zas, entre sonrojos y tartamudeos, estiráaaandolas, pero imparables, logran leer su primera palabra. ¡Ya son libres!, emocionada, los aplaudo.
Es cierto, ¡los tiempos han cambiado! A veces, por ello, me tildan de chapada a la antigua. ¡Y a mucha honra!, les respondo. Les explico que a pesar de los cambios beneficiosos de ciertas técnicas, siempre seré partidaria del apoyo y motivación de los niños a partir del afecto; de escribirles cálidos conceptos para demostrarles sus progresos, de pedirles recortar letras de periódicos y “construir” elogios a sus padres Pero, ¡por favor!, ¿no me dirán que no es divertido colorear vocales y consonantes gigantes, para jugar a “la letra que falta”?
¡A ver, Ema!, a veces me preguntan, ¿los chicos de ahora son distintos a los de antes? Yo exclamo: Pobrecitos, de algunos de los “muy muy distraídos” de antes no sabíamos que tenían “déficit atencional”, no había “pastilla”, ¡todo era a fuerza de machaque! ¡Ah!, ¿y a otros de los “súper súper inquietos”?, ahora los llaman “hiperactivos”. ¡Igualito…! Con mucho deporte, mucha paciencia y mucho amor, se calman.
—Ema, ¡te buscan! —a quince para la una me anunció mi paralela.
Algo encandilada, me asomé a la puerta. Al acomodarme los bifocales, ¡sorpresa!, me choqué con Ramirito padre. Rubio entrecano y encantador como siempre, me daba un caluroso abrazo. Atontada, conteniendo las lágrimas, escuché sus palabras:
—Señorita Ema, ¡cómo hace para seguir siendo taaan linda! Mire, aquí le traigo a mi hijo. Le pido que le enseñe absolutamente todo lo que me enseñó a mí en primer año. Usted ni imagina lo bien que me hacían sentir sus cálidos conceptos en el cuaderno. Me animaban a lograr otro Precioso.
Entonces, ahí nomás y con la mismísima sonrisa de travieso, aquel grandote de 1,90 se agachó y me susurró al oído:
—Ojalá que Ramirito me alabe con las letras recortadas de los periódicos, tanto como yo alababa a mi viejo… Y que también se divierta mucho, con la “letra que falta”.
—Pero, Ramirito, ¡qué lindo estás, y ya hecho un hombre! —exclamé como vieja de cien años al verlo más de cerca—. Contame, ¿qué hacés?, ¿en qué trabajás?
—Soy senador de la República y, ¿sabe, Ema?, en parte se lo debo a usted. Quería decirle Gracias.
—Gracias de qué, ¡por favor!, si es el trabajo que amo. ¡Eso sí, Ramirito!, cuando en el Parlamento traten el tema de los maestros, defendenos, ¿sí?, a ver si nos votan algún aumentito.
Fue entonces cuando él, con la mismísima mirada sincera de niño, unió mi mano a la de su hijo, mientras decía:
—Querido, ¡andá tranquilo con la señorita Ema! Juro, ¡ella siempre podrá contar conmigo!
A través del hombro de mi ex alumno, empañados mis ojos por el llanto, otra vez, miré a la anacahuita… Al igual que yo, se erguía bendecida. Pronto se escucharían las primeras notas del himno. Sin embargo, a decir verdad, era yo la que dejaba rodar una lágrima por mi mejilla, por sentirme tan… felizmente viva en otro primer día de clases.
Era la una en punto.
AUTORA- María Cristina Galeano
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